Para los alumnos aquella semana fue una
semana de vacaciones y relajación, en cambio para nosotros fue tiempo de
misión.
Atalaya, una increíble experiencia. En este
viaje estuvimos a cargo de ser el rol de profesores y llevar el nombre de Dios
a los lugares más apartados.
Luego de largos viajes por carros, botes y
largas caminatas, llegamos a Diamante un
Azul una pequeña comunidad que nos recibió muy bien; la gente de allá fue
realmente atenta y amable con nosotros.
Durante esos días de misión, que para mí se
hicieron muy cortos, aprendí mucho de las comunidades, me di cuenta que las
personas de allá son muy felices con lo que tienen, lo que a nosotros de seguro
nos parecería muy poco. Ellos no tienen luz, ni Internet, ni agua potable, ni
formas de comunicarse con la civilización ni mucho menos todas las comunidades
que nosotros estamos a acostumbrados a tener diariamente.
Para mí, definitivamente la mejor parte fue
el compartir con los niños; esos niños no se juzgan entre sí, no quejan de
tonterías. Formar una parte en su educación fue todo un honor, muchos de ellos
no sabían ni leer ni escribir, y ayudarlos en todo lo que podíamos fue toda una
satisfacción. El mejor regalo de todos y el porqué del viaje fue ver esas
maravillosas sonrisas en sus rostros, era una felicidad plena la forma en la
que alegraban cada vez que le pegabas un sticker en la frente o lo felicitabas
por hacer bien el trabajo, siempre pidiendo más formas de aprender, nunca se
cansaban, cada uno de ellos me cambiaron la vida y ahora forman gran parte de
mi corazón, simplemente maravillosos.
Tuvimos problemas, sí, malas noticias,
también, incomodidades, bastantes. Pero conforme pasaba el tiempo se hicieron
minúsculas y dejaron de importar. Lo único que importaba era poder darles
clases a los niños, jugar con ellos y pasar grandes momentos junto a ellos,
poder enseñarles que tenemos un Padre protector que siempre nos protege y nunca
abandona, eso era lo importante, y la vez poder aprender de ellos.
El viaje Atalaya realmente me cambió la forma
de ver la vida, me hizo ver las cosas de modo diferente, aprender a valorar
cosas que antes yo encontraba insignificantes. Poder cumplir esta misión y
compartirla con mis compañeros, profesores, el Padre Daniel, el Padre Rosendo,
fue realmente un honor.
Agradezco a Dios la por haberme elegido y la
oportunidad que me dio de aprender tanto de otros y formar parte de este equipo
misionero, de poder viajar hasta allá y vivir todas esas experiencias.
Si tengo la oportunidad de ir otra vez allá,
lo aceptaría sin dudarlo. Y como dice el Padre Daniel: La misión continúa.
Nathaly Rojas